De sus moradores quedan ecos y costumbres, a veces sombras. No es eterna sino caprichosa. De bellezas reales y fingidas, de espejismos y de bruscas realidades, de misterios y leyendas se alimenta su alma. Alguien dijo que no es un lugar, sino más bien un momento al que siempre se regresa. Como las leyendas, como los sueños, se la ve más con el corazón que con la mirada. Y a pesar de sus defectos, de los desengaños y las mentiras, su grandeza enamora inevitablemente.
En ti hay que morir, Sevilla, aunque la vida te haya llevado muy lejos.
Nota: Esta historia está abierta. Todavía faltan muchos momentos y rincones que agregar. Y dado que Sevilla es una ciudad viva, esta historia nunca llegará a cerrarse.